miércoles, 16 de diciembre de 2009
sábado, 12 de diciembre de 2009
A mi pareja
Quiero que me oigas, sin juzgarme. Quiero que opines, sin aconsejarme.
Quiero que confíes en mí, sin exigirme. Quiero que me ayudes, sin
intentar decidir por mí. Quiero que me cuides, sin anularme. Quiero que
me mi ...res, sin proyectar tus cosas en mí. Quiero que me abraces, sin
asfixiarme. Quiero que me animes, sin empujarme. Quiero que me
sostengas, sin hacerte cargo de mí. Quiero que me protejas, sin
mentiras. Quiero que te acerques, sin invadirme. Quiero que conozcas
las cosas mías que más te disgusten, que las aceptes y no pretendas
cambiarlas. Quiero que sepas, que hoy, hoy puedes contar conmigo. Sin
condiciones..."
viernes, 11 de diciembre de 2009
LA CIUDAD BENDITA
Cuando joven me contaron que en cierta ciudad todos vivían según las Escrituras.
Y dije: "Buscaré esa ciudad y su bendición." Y era lejos. Y preparé una gran provisión para mi viaje. Y luego de cuarenta días divisé la ciudad y, en el día cuarenta y uno, entré en ella.
¡Oh! Todos los habitantes no tenían sino un solo ojo y una sola mano. Atónito, me pregunté: "¿Poseerán todos los de esta tan sagrada ciudad un solo ojo y una sola mano?"
Entonces observé que ellos me miraban atónitos, pues se maravillaban ante la vista de mis dos ojos y de mis dos manos. Y, mientras comentaban entre sí, les pregunté: "¿Es verdaderamente ésta la Ciudad Bendita, donde cada hombre vive según las Escrituras?" Y respondieron: "Sí; ésta es la ciudad."
"Y, ¿qué", dije yo, "os ha sucedido y dónde están vuestros ojos derechos y vuestras manos derechas?"
Todo el pueblo emocionado dijo: "Ven y mira."
Me condujeron al templo en el centro de la ciudad. Y en el templo vi una pila de manos y ojos disecados. Entonces exclamé: "¡Ay! ¿Qué conquistador cometió tanta crueldad con vosotros?"
Corrió un murmullo entre ellos. Y uno de los más ancianos, elevando la voz dijo: "Esto es obra nuestra: Dios nos convirtió en los conquistadores del mal existente en nosotros."
Seguido por todo el pueblo, me llevó hasta el altar mayor, y me mostró una inscripción grabada encima del altar, y yo leí:
"Si te ofende tu ojo derecho, arráncalo y sepáralo de ti, porque es más provechoso para ti que uno de tus miembros perezca, y no que todo tu cuerpo desaparezca en el infierno. Y si tu mano derecha te ofende, córtala y sepárala de ti porque es más provechoso para ti que uno de tus miembros perezca y no que todo tu cuerpo desaparezca en el infierno."
Entonces comprendí. Y, volviéndome hacia la multitud, grité: "¿Hay algún hombre entre vosotros, o mujer, con los dos ojos o dos manos?"
Me respondieron diciendo: "No, ni uno. Nadie, excepto quienes son demasiado jóvenes para leer la Escritura y comprender sus mandatos."
En cuanto salimos del templo abandoné aquella Ciudad Bendita; porque yo no era demasiado joven y podía leer la escritura.
Y dije: "Buscaré esa ciudad y su bendición." Y era lejos. Y preparé una gran provisión para mi viaje. Y luego de cuarenta días divisé la ciudad y, en el día cuarenta y uno, entré en ella.
¡Oh! Todos los habitantes no tenían sino un solo ojo y una sola mano. Atónito, me pregunté: "¿Poseerán todos los de esta tan sagrada ciudad un solo ojo y una sola mano?"
Entonces observé que ellos me miraban atónitos, pues se maravillaban ante la vista de mis dos ojos y de mis dos manos. Y, mientras comentaban entre sí, les pregunté: "¿Es verdaderamente ésta la Ciudad Bendita, donde cada hombre vive según las Escrituras?" Y respondieron: "Sí; ésta es la ciudad."
"Y, ¿qué", dije yo, "os ha sucedido y dónde están vuestros ojos derechos y vuestras manos derechas?"
Todo el pueblo emocionado dijo: "Ven y mira."
Me condujeron al templo en el centro de la ciudad. Y en el templo vi una pila de manos y ojos disecados. Entonces exclamé: "¡Ay! ¿Qué conquistador cometió tanta crueldad con vosotros?"
Corrió un murmullo entre ellos. Y uno de los más ancianos, elevando la voz dijo: "Esto es obra nuestra: Dios nos convirtió en los conquistadores del mal existente en nosotros."
Seguido por todo el pueblo, me llevó hasta el altar mayor, y me mostró una inscripción grabada encima del altar, y yo leí:
"Si te ofende tu ojo derecho, arráncalo y sepáralo de ti, porque es más provechoso para ti que uno de tus miembros perezca, y no que todo tu cuerpo desaparezca en el infierno. Y si tu mano derecha te ofende, córtala y sepárala de ti porque es más provechoso para ti que uno de tus miembros perezca y no que todo tu cuerpo desaparezca en el infierno."
Entonces comprendí. Y, volviéndome hacia la multitud, grité: "¿Hay algún hombre entre vosotros, o mujer, con los dos ojos o dos manos?"
Me respondieron diciendo: "No, ni uno. Nadie, excepto quienes son demasiado jóvenes para leer la Escritura y comprender sus mandatos."
En cuanto salimos del templo abandoné aquella Ciudad Bendita; porque yo no era demasiado joven y podía leer la escritura.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)