Uno de los casos policiacos que más cimbraron a la sociedad mexicana e internacional fue el de las hermanas Delfina, María de Jesús y María Luisa González Valenzuela, mejor conocidas como Las Poquianchis, quienes durante muchos años llenaron las páginas de los más importantes diarios.
Estas infernales señoras fueron las autoras materiales e intelectuales de varios de homicidios contra mujeres y jovencitas a las que primero prostituían y posteriormente asesinaban ya sea porque no les servían o a causa de los severos castigos a las que las sometían.
El caso lo dio a conocer la revista Alarma de forma exclusiva en la década de los años 60, cuando un par de mujeres, quienes presentaban evidentes huellas de maltrato y desnutrición, acudieron a la comandancia de la Policía Judicial, en la ciudad de León, Guanajuato, donde las víctimas relataron que fueron obligadas por sus patronas a ejercer la prostitución en una casa de citas.
Luego de girarse una orden de aprehensión, los agentes de la Procuraduría del Estado se dirigieron al prostíbulo ubicado en San Francisco del Rincón, donde lograron capturar a Delfina y María de Jesús, en tanto que María Luisa, quien logró burlar a las autoridades, finalmente se entregó en la Ciudad de México ante el temor de ser linchada luego de conocerse el macabro caso.
Al realizarse las investigaciones, se supo que las hermanas González Valenzuela regenteaban varias casas de citas en Lagos de Moreno, Jalisco; León y San Francisco del Rincón, en Guanajuato. En esos lugares, los policías rescataron a numerosas mujeres que eran obligadas a prostituirse.
Estas infernales señoras fueron las autoras materiales e intelectuales de varios de homicidios contra mujeres y jovencitas a las que primero prostituían y posteriormente asesinaban ya sea porque no les servían o a causa de los severos castigos a las que las sometían.
El caso lo dio a conocer la revista Alarma de forma exclusiva en la década de los años 60, cuando un par de mujeres, quienes presentaban evidentes huellas de maltrato y desnutrición, acudieron a la comandancia de la Policía Judicial, en la ciudad de León, Guanajuato, donde las víctimas relataron que fueron obligadas por sus patronas a ejercer la prostitución en una casa de citas.
Luego de girarse una orden de aprehensión, los agentes de la Procuraduría del Estado se dirigieron al prostíbulo ubicado en San Francisco del Rincón, donde lograron capturar a Delfina y María de Jesús, en tanto que María Luisa, quien logró burlar a las autoridades, finalmente se entregó en la Ciudad de México ante el temor de ser linchada luego de conocerse el macabro caso.
Al realizarse las investigaciones, se supo que las hermanas González Valenzuela regenteaban varias casas de citas en Lagos de Moreno, Jalisco; León y San Francisco del Rincón, en Guanajuato. En esos lugares, los policías rescataron a numerosas mujeres que eran obligadas a prostituirse.
Cuento de horror
La historia que las víctimas contaron a los judiciales les erizó los cabellos, pues ellas narraron cómo algunas de sus compañeras fueron golpeadas y torturadas por sus matronas e incluso varias fueron asesinadas y enterradas dentro del mismo predio dónde eran explotadas.
Las jóvenes relataron a las autoridades que nunca las dejaban salir de las casas de citas, y que cuando resultaban embarazadas les practicaban abortos y en caso de nacer los niños, éstos eran asesinados por las lenonas.
Según el relato de las rescatadas, Las Poquianchis también asesinaban a aquellas prostitutas que “ya no les servían” a quienes sepultaban vivas en un panteón clandestino ubicado en el poblado de Los Ángeles, de San Francisco del Rincón. Este “trabajo” era realizado por el capitán del Ejército, Hermenegildo Zúñiga Maldonado, conocido como El Capitán Águila Negra, quien fue amante de Delfina y protector de las lenonas.
La historia que las víctimas contaron a los judiciales les erizó los cabellos, pues ellas narraron cómo algunas de sus compañeras fueron golpeadas y torturadas por sus matronas e incluso varias fueron asesinadas y enterradas dentro del mismo predio dónde eran explotadas.
Las jóvenes relataron a las autoridades que nunca las dejaban salir de las casas de citas, y que cuando resultaban embarazadas les practicaban abortos y en caso de nacer los niños, éstos eran asesinados por las lenonas.
Según el relato de las rescatadas, Las Poquianchis también asesinaban a aquellas prostitutas que “ya no les servían” a quienes sepultaban vivas en un panteón clandestino ubicado en el poblado de Los Ángeles, de San Francisco del Rincón. Este “trabajo” era realizado por el capitán del Ejército, Hermenegildo Zúñiga Maldonado, conocido como El Capitán Águila Negra, quien fue amante de Delfina y protector de las lenonas.
Negra historia
Las Poquianchis eran originarias de El Salto de Juanacatlán, Jalisco, donde se iniciaron en el negocio de la prostitución y fundaron su primera casa de citas.
En esa época, a las hermanas González Valenzuela les fue puesto el mote de Las Poquianchis dada la forma voluminosa de sus caderas. También existe otra versión que dice que el primer prostíbulo que tuvieron pertenecía anteriormente a un homosexual al cual precisamente le apodaban El Poquianchi.
Ese antro fue clausurado en el año de 1940 dadas las irregularidades que desde entonces empezaba a presentar al maltratar a sus “empleadas”.
El negocio de la carne empezó a ser una mina de oro para las hermanas González Valenzuela, por lo que decidieron abrir otras casas de citas en San Francisco del Rincón. Uno de ellos fue el Guadalajara de Noche, el cual posteriormente se supo que también fue empleado como cementerio clandestino.
Las Poquianchis abrieron otro Guadalajara de Noche en Lagos de Moreno, el cual fue clausurado en 1963 a raíz de una balacera entre policías estatales contra federales dentro del cabaret, donde falleció Ramón Torres, apodado El Tepo y quien era hijo de Delfina.
Las Poquianchis eran originarias de El Salto de Juanacatlán, Jalisco, donde se iniciaron en el negocio de la prostitución y fundaron su primera casa de citas.
En esa época, a las hermanas González Valenzuela les fue puesto el mote de Las Poquianchis dada la forma voluminosa de sus caderas. También existe otra versión que dice que el primer prostíbulo que tuvieron pertenecía anteriormente a un homosexual al cual precisamente le apodaban El Poquianchi.
Ese antro fue clausurado en el año de 1940 dadas las irregularidades que desde entonces empezaba a presentar al maltratar a sus “empleadas”.
El negocio de la carne empezó a ser una mina de oro para las hermanas González Valenzuela, por lo que decidieron abrir otras casas de citas en San Francisco del Rincón. Uno de ellos fue el Guadalajara de Noche, el cual posteriormente se supo que también fue empleado como cementerio clandestino.
Las Poquianchis abrieron otro Guadalajara de Noche en Lagos de Moreno, el cual fue clausurado en 1963 a raíz de una balacera entre policías estatales contra federales dentro del cabaret, donde falleció Ramón Torres, apodado El Tepo y quien era hijo de Delfina.
Según el relato de las hermanas González Valenzuela, las técnicas que usaban para instalar un prostíbulo primero consistía en hacer amistad con las autoridades para estar protegidas. En muchas ocasiones se hicieron amantes y proporcionaron dinero a funcionarios locales para asegurar que su negocio no fuera cerrado.
Ya instaladas en sus cabarets, Las Poquianchis contrataban personas que recorrieran la República para buscar adolescentes de entre 13 y 15 años de edad, para que por medio del engaño de contratarlas como sirvientas y la extorsión las condujeran a sus negocios, donde una vez que entraban eran mantenidas en cautiverio para prostituirlas.
Las jovencitas reclutadas eran encerradas, dejadas sin comer y golpeadas, para que accedieran a venderse. Algunas de las víctimas narraron que llegaron a las casas de citas desde niñas y pasaron meses o hasta un año encerradas en cuartos para ser convencidas de rentar su cuerpo a los clientes del cabaret.
Una vez “convencidas” las muchachas eran aleccionadas en las artes amatorias, pues primero les enseñaban cómo vestirse y maquillarse, así como las técnicas para ejercer el oficio más antiguo, pero siempre eran objeto de amenazas, pues no podían platicar con los clientes o entre ellas y así evitar cualquier intento de fuga.
Cuando alguna de las jóvenes era descubierta desobedeciendo las órdenes de sus patronas, era mandada a golpear a palos por sus compañeras. Las hermanas González Valenzuela amenazaban a las mujeres diciendo que ellas eran poderosas y podrían ordenar que las matasen o sus familias si lograban escapar.
Si alguna de las meretrices enfermaba o ya estaba muy vieja para poder ejercer la prostitución, las dejaban a hacer los trabajos domésticos más duros, dormían a la intemperie y las dejaban sin comer. En caso de que no murieran de inanición o enfermedad, las golpeaban brutalmente o las apedreaban.
Una vez muertas, Las Poquianchis mandaban enterrar a las mujeres en el patio de cualquiera de sus propiedades para no llamar la atención. Para estas macabras acciones invitaban a las demás prostitutas para así involucrarlas en los ilícitos y mantenerlas de alguna forma comprometidas al hacerlas sentir cómplices de los crímenes.
Después de tres o cuatro meses de haber enterrado un cadáver, el cuerpo era exhumado y quemado con gasolina para borrar cualquier rastro.
Ya instaladas en sus cabarets, Las Poquianchis contrataban personas que recorrieran la República para buscar adolescentes de entre 13 y 15 años de edad, para que por medio del engaño de contratarlas como sirvientas y la extorsión las condujeran a sus negocios, donde una vez que entraban eran mantenidas en cautiverio para prostituirlas.
Las jovencitas reclutadas eran encerradas, dejadas sin comer y golpeadas, para que accedieran a venderse. Algunas de las víctimas narraron que llegaron a las casas de citas desde niñas y pasaron meses o hasta un año encerradas en cuartos para ser convencidas de rentar su cuerpo a los clientes del cabaret.
Una vez “convencidas” las muchachas eran aleccionadas en las artes amatorias, pues primero les enseñaban cómo vestirse y maquillarse, así como las técnicas para ejercer el oficio más antiguo, pero siempre eran objeto de amenazas, pues no podían platicar con los clientes o entre ellas y así evitar cualquier intento de fuga.
Cuando alguna de las jóvenes era descubierta desobedeciendo las órdenes de sus patronas, era mandada a golpear a palos por sus compañeras. Las hermanas González Valenzuela amenazaban a las mujeres diciendo que ellas eran poderosas y podrían ordenar que las matasen o sus familias si lograban escapar.
Si alguna de las meretrices enfermaba o ya estaba muy vieja para poder ejercer la prostitución, las dejaban a hacer los trabajos domésticos más duros, dormían a la intemperie y las dejaban sin comer. En caso de que no murieran de inanición o enfermedad, las golpeaban brutalmente o las apedreaban.
Una vez muertas, Las Poquianchis mandaban enterrar a las mujeres en el patio de cualquiera de sus propiedades para no llamar la atención. Para estas macabras acciones invitaban a las demás prostitutas para así involucrarlas en los ilícitos y mantenerlas de alguna forma comprometidas al hacerlas sentir cómplices de los crímenes.
Después de tres o cuatro meses de haber enterrado un cadáver, el cuerpo era exhumado y quemado con gasolina para borrar cualquier rastro.
Pena máxima
Luego de varios meses que duró el proceso que consistió en careos e interrogatorios, finalmente Delfina, María de Jesús y María Luisa González Valenzuela fueron acusadas de lenocinio, secuestro y homicidio calificado y recibieron la pena máxima de 40 años de prisión. Todas ellas murieron tras las rejas antes de poder obtener su libertad.
Delfina, conocida como La Poquianchis Mayor, falleció a los 56 años en la cárcel de Irapuato, el 17 de octubre de 1968; María Luisa, apodada Eva La Piernuda, perdió la vida en su celda de la cárcel municipal de Irapuato en noviembre de 1984 luego de ser consumida por un cáncer hepático; el dato de María de Jesús no lo tengo claro, pero también murió presa pocos años después en una prisión.
Con la muerte de estas tres mujeres que hicieron historia, se cerró un ciclo dentro en las páginas del periodismo policiaco en México.
El caso de Las Poquianchis fue tan famoso que incluso fue el argumento de obras de teatro, películas y libros de algunos connotados literatos que adaptaron la historia en un macabro cuento.
Con el paso de los años, la leyenda de Las Poquianchis creció pero también se deformó la historia original.
Incluso el museo de la Secretaría de Seguridad Pública de la Ciudad de México, exhibe un espacio dedicado a Las Poquianchis, pero las catalogan de asesinas seriales y les achacan decenas de homicidios.
Las Poquianchis siempre fueron lenonas, y si mataron fue en pro de sus intereses económicos y nunca por el simple hecho de matar.
Según las autoridades de aquellos tiempos, se encontraron alrededor de 20 cadáveres enterrados en la propiedad de las hermanas González Valenzuela, pero nunca la cantidad desorbitada que se maneja hoy en día.
Llegué a leer en los periódicos hace algunos años, que se encontraron lo que parecían unas fosas clandestinas en terrenos muy cercanos a uno de los prostíbulos de Las Poquianchis, pero nunca supe si se comprobó que también fueran víctimas de las lenonas.
Pese al velo de misterio y toda la fantasía que ha envuelto a Las Poquianchis, la verdadera historia, siempre será más cruda y sangrienta que cualquier texto o película que pudo o podrá hacerse.
Luego de varios meses que duró el proceso que consistió en careos e interrogatorios, finalmente Delfina, María de Jesús y María Luisa González Valenzuela fueron acusadas de lenocinio, secuestro y homicidio calificado y recibieron la pena máxima de 40 años de prisión. Todas ellas murieron tras las rejas antes de poder obtener su libertad.
Delfina, conocida como La Poquianchis Mayor, falleció a los 56 años en la cárcel de Irapuato, el 17 de octubre de 1968; María Luisa, apodada Eva La Piernuda, perdió la vida en su celda de la cárcel municipal de Irapuato en noviembre de 1984 luego de ser consumida por un cáncer hepático; el dato de María de Jesús no lo tengo claro, pero también murió presa pocos años después en una prisión.
Con la muerte de estas tres mujeres que hicieron historia, se cerró un ciclo dentro en las páginas del periodismo policiaco en México.
El caso de Las Poquianchis fue tan famoso que incluso fue el argumento de obras de teatro, películas y libros de algunos connotados literatos que adaptaron la historia en un macabro cuento.
Con el paso de los años, la leyenda de Las Poquianchis creció pero también se deformó la historia original.
Incluso el museo de la Secretaría de Seguridad Pública de la Ciudad de México, exhibe un espacio dedicado a Las Poquianchis, pero las catalogan de asesinas seriales y les achacan decenas de homicidios.
Las Poquianchis siempre fueron lenonas, y si mataron fue en pro de sus intereses económicos y nunca por el simple hecho de matar.
Según las autoridades de aquellos tiempos, se encontraron alrededor de 20 cadáveres enterrados en la propiedad de las hermanas González Valenzuela, pero nunca la cantidad desorbitada que se maneja hoy en día.
Llegué a leer en los periódicos hace algunos años, que se encontraron lo que parecían unas fosas clandestinas en terrenos muy cercanos a uno de los prostíbulos de Las Poquianchis, pero nunca supe si se comprobó que también fueran víctimas de las lenonas.
Pese al velo de misterio y toda la fantasía que ha envuelto a Las Poquianchis, la verdadera historia, siempre será más cruda y sangrienta que cualquier texto o película que pudo o podrá hacerse.
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